jueves, 1 de marzo de 2012

El resto de tardes de mi vida.

Atardecía y un par de conocidos que se conocían demasiado bien caminaban de la mano. Ella se entretenía con cada flor, con los gatos que aparecían bajo los coches y las sorpresas callejeras. El escuchaba y sonreía de vez en cuando, a veces creía que era una loca y otras veces adoraba seguirla y escuchar el torrente de palabras que salía de su boca. Ella tenía los labios más normales del mundo, los ojos de un color universal, su diminuto cuerpo no tenía nada especial, pero cuándo la escuchabas, podías ir al cielo o al infierno. Dependiendo de cómo estuviera su corazón ese día. El tenía un corazón enorme, color cielo, y estaba dispuesto a coger su mano esa tarde y el resto de tardes de su vida. Llevaban en una mochila una manta, un par de bocadillos y una botella de agua. Habían planeado hacer un picnic extraterrestre, ella adoraba ver atardecer y ese día el sol estaba más bonito que nunca. Se sentaron y dejaron que el silencio llenara ese momento. El aire corría, y a lo lejos saludaban infinitas casas. El sol poco a poco fue poniéndose mientras ellos hablaban de todo y de nada. Ella guardaba ese momento en su corazón mientras él la miraba como pocas veces lo había hecho, queriendo parar el tiempo. Al final, el sol terminó escondiéndose dando lugar a un viento gélido. El frío les obligó a marcharse y corrieron por las calles cogidos de la mano, su afición favorita después de besarse los ojos. Había sido un día perfecto. No me importaría pasarme la vida entre picnics y atardeceres, besos y sueños, mar y cielo, no me importaría pasarme la vida contigo.




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